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jueves, 5 de septiembre de 2013

Los papeles arrugados de Gonzalo Márquez


Comenzó a nevar. El viento que susurraba a  los abetos perturbaba la calma que se respiraba dentro de la cabaña, donde un momento antes tan solo se oía el dulce repiquetear de los leños en la chimenea y una sinfonía de Brahms que un hombre,había puesto en la gramola.

Estaba oscureciendo, solo el fuego y unas velas que  iluminaban el trasluz de las dos copas de vino apagado que dejaban entrever  la macabra silueta de un revólver en el suelo junto al sofá. Abatido, miró la máquina de escribir, se quitó las gafas y las puso sobre ella; hoy no era su día. Esparcidos sobre el pelo de la  alfombra  había decenas de folios arrugados, no había escrito nada.

Su mente se había bloqueado hacía varios días ,desde cuando escribía el capítulo del cementerio de su novela.  El capítulo donde daban tierra a Gonzalo Márquez , entre las únicas lágrimas de una madre, la cansina oratoria del cura y la tenebrosa mirada del sepulturero, que bajo un sauce se cobijaba esperando su turno.

La daga asesina de la traición, de la visión de su amada en los brazos un ladrón de ilusiones, fué la que impregnó de pólvora el aire de la cabaña, la que acabaron con Gonzalo. 

El escritor ahí se había quedado, no sabía  seguir, no tenía argumentarío, su mente se había espesado.

Se acercó a la ventana, la nieve que estaba borrando el camino y la oscuridad se adueñó del bosque.  Los árboles se agitaban  componiendo fantasmagóricas formas. Un escalofrío  le recorrió la espalda  e hizo que cerrara de golpe la cortina.

Cogió una de las copas de vino y miró con ternura y sollozos el carmín inexistente del borde de la otra. Se sentó frente al fuego observando extasiado las filigranas de las llamas,  las contorsiones en una sensual y tranquilizadora danza de rojos y amarillos, cabellos de oro que ya nunca mas volvera a peinar con sus manos. 

Y pensó en su novela. Se dió cuenta de que no iba a acabarla, aquellos papeles en la mesa, se tirarían, o alguien dedicaría un tiempo a leerlos y decidiría continuarla


Se levantó y se vió. Ahí estaba, en el sofá, deshauciado, con la mirada ida en el fuego, el vino en su regazo y un charco de viva sangre sangre que aceitosamente se extendía por el suelo, hacía los papeles arrugados, hacia la única línea que iba a permanecer como recuerdo de la novela, el nombre de su autor : Gonzalo Márquez. 

El Sauce.

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