La imagen que de ella
tengo grabada en la retina es la
de su cara afable y sus pequeños ojos grises. Esos ojos que me transmitían una
gran serenidad y un cariño inmenso.
Quizás por eso los ojos grises siguen causando en mí un
efecto confortador e inspirándome
confianza.
Solo ella me llamaba por mi nombre.
Tienes ese
nombre porque eres un ángel, me decía, y tienes alas, y esas alas te llevarán a donde quieras ir.
Y mientras lo decía me abrazaba fuertemente.
La recuerdo cosiendo en la galería de la casa, una enorme
galería llena de plantas. Sentada
en una silla baja con la caja de los
hilos a su lado.
Allí nos enseñó a sus nietas a hacer ganchillo y punto de media y mientras cosía nos contaba historias de jóvenes enamorados.
Allí nos enseñó a sus nietas a hacer ganchillo y punto de media y mientras cosía nos contaba historias de jóvenes enamorados.
Yo me sentía su
favorita, era a mí a quién pedía que le enhebrara las agujas.
Y solo a mí me enseñó
su saber más preciado,
solo tú puedes, solo tú tienes el
don, me dijo.
De ella aprendí todo lo que se, y heredé un anillo de oro
con una esmeralda y su caja de los tesoros.